10 abril 2006

Foyer interdisciplinario en el Teatro UC. Etapa 1: El proceso de creación

En agosto 2008, el Teatro de la Universidad Católica estrenó la obra ¿Y quién no sabe cómo es un dragón? Siguiendo los principios que sustentan nuestra línea programática de teatro para niños, en la cual se insertaba este proyecto, quisimos ir más allá de las convenciones teatrales. Nos propusimos trabajar en la posibilidad de que la experiencia artística comenzara antes de entrar a la sala; queríamos que ella gatillara al momento de cruzar el umbral del teatro. Fue así como surgió la idea de crear una especie de túnel, imaginado desde las artes visuales y la composición musical, que generara una relación entre “el afuera y el adentro”, que constituyera una antesala entre el mundo cotidiano y el de la obra.

Para llevar a cabo esta experiencia, invitamos a participar a Cristián Morales, compositor, profesor del Instituto de Música y del Magíster en Artes UC, y a la artista visual y profesora de Escuela de Arte, Voluspa Jarpa. Ellos llamaron a las estudiantes de Arte, Paula Jiménez y Consuelo Walker, y a los estudiantes del Magíster en Artes, Tomás Bravo y Jorge Forero.

En abril 2008, tuvimos la primera reunión de trabajo, donde se plantearon los requisitos principales del proyecto. En primer lugar, había que tomar como referente el imaginario propuesto por el director de la obra, Horacio Videla, con el fin de establecer el vínculo entre el espectáculo teatral y la intervención artística del foyer. En segundo término, había que asumir que se trataba de un proyecto “por encargo”, dirigido a toda la familia, principalmente a niños de entre 5 y 13 años. Por último, había que generar un espacio compartido, donde la música y la plástica se conectaran, a través de relaciones transversales, para construir un nuevo “producto artístico”.

Nuestro desafío ha significado un enorme trabajo de reflexión conjunta, sesiones de taller y análisis interdisciplinarios de procesos creativos. No ha sido fácil desarrollar un lenguaje común entre estas disciplinas, coordinar los tiempos y metodologías de cada una de ellas, ni reinterpretar todos los requerimientos e intenciones iniciales, en términos de la mediación cultural y la formación de nuestro público. Sin embargo, en eso estamos… avanzando a paso firme.

A dos semanas del estreno de la obra ¿Y quién no sabe cómo es un dragón?, este equipo interdisciplinario se ha tomado el foyer del TEUC y ha empezado el trabajo en terreno. A continuación, presentamos las reflexiones, visiones y propuestas que desarrollaron cada uno de los participantes durante el proceso creativo del proyecto.

Comienzo y fin
Por Cristián Morales Ossio

Nombrar un objeto es suprimir los tres cuartos
del goce del poema, que está hecho del
deleite de presagiar poco a poco: el sugerir… he aquí el ensueño.
Stéphane Mallarmé

La actitud deliberada y a la vez casi inconsciente del compositor por instaurar un comienzo y un fin, en el contexto de la música de tradición escrita, es uno de sus valores más trascendentales. Este comienzo y fin puntualizan la entrada y salida a un espacio/tiempo virtual, donde la organicidad de los elementos musicales puestos en juego nos incitan a la comprensión de lo que deducimos por forma musical, experiencia de la escucha. En dicha excursión auditiva, la forma genuinamente modelada por el compositor es validada por los auditores en la medida que se provoque una multiplicidad de interpretaciones. Esta es entonces la apertura de una forma musical que, a priori, ha sido completamente cerrada por el compositor.

No obstante, existen propuestas donde el devenir del discurso musical prescinde desde la poiésis de esta condición, que se ha manifestado desde los orígenes de la música occidental, poniéndose en el debate la noción misma de forma musical.

Deslumbrados por las propuestas estéticas y teóricas de Stéphane Mallarmé[1], James Joyce[2], y Umberto Eco[3], compositores como Stockhausen, Boulez y Berio han propuesto la posibilidad de la forma abierta, una música que, operada o no por procedimientos de azar, apela a la inteligencia imaginativa de los intérpretes musicales y del auditor, a la hora de construir y reconstruir, respectivamente, la forma musical desplegada en el tiempo.

En la propuesta de intervención del foyer del Teatro Universidad Católica, para la obra Y quién no sabe cómo es un dragón se ha coordinado un trabajo de colaboración plástico/musical donde ambos mundos han desarrollado un proceso paralelo de abstracción, recogiendo algunos elementos importantes de culturas orientales: movimientos, sonidos, colores, estructuras, etc. Esta intervención consiste en una invitación a habitar transitoriamente un espacio que sugiere, a través de la visualidad y la escucha, lo que sucederá en la sala: la obra. La esencia de su ser (el de la obra), se manifiesta en forma atemporal, pues lo que vemos/escuchamos en el foyer no es más que una de las tantas posibilidades de abstracción imaginadas por los artistas.

Tal como los elementos visuales dispuestos, los sonidos escuchados configuran formas móviles y abiertas, no han sido organizados para un concierto, quizá producto de operaciones azarosas.

Probablemente, la música que escuchamos en este espacio no es tal, sino más bien un algo sonoro que se articula bajo los principios de la forma abierta. Este algo sonoro ha sido instalado allí y no tiene ni principio ni fin. Las expectativas, tensiones, momentos climáticos creados por el compositor desde la escritura son reemplazados aquí por una organicidad programada de los elementos sonoros: existe, permanece, muta, se mueve, tal como lo hace la esencia de las cosas.

La partida visual
Por Paula Jiménez y Consuelo Walter

El dragón chino se ha caracterizado durante siglos como una de las figuras míticas más relevantes en Oriente. Su importancia se desarrolla desde lo ritual con manifestaciones artísticas representadas a partir de la danza y la plástica, como una figura poderosa y buena, símbolo de la divinidad, el poder terrenal y celestial.

A partir de esto, hemos desarrollado una intervención multidisciplinaria, entre músicos y artistas visuales. El diálogo y trabajo paralelo entre ambas disciplinas, así como discusiones con el director, escenográfo y músicos del montaje, nos ha permitido la creación de un proyecto donde se abordan conceptos que se pueden manejar tanto desde lo visual como desde lo auditivo.

El cruce de disciplinas no ha sido fácil, puesto que cada una de ellas tiene un lenguaje propio. Por ejemplo, “tono” para nosotras era muy diferente al “tono” que se utiliza en lo musical. Frente a ello, nos dimos cuenta que nos enfrentábamos a la necesidad de interconectarnos a partir de una base conceptual, de descubrir un leguaje desconocido para nosotras, lo cual fue enriqueciendo la propuesta en la que trabajábamos.

Como artistas plásticas comenzamos por estudiar los movimientos del dragón en las representaciones chinas, analizamos los bailes que se manifiestan en año nuevo y seleccionamos aquellos movimientos que se nos hacían más interesantes y coherentes con la arquitectura del foyer. Escogimos una materialidad que permitiera recrear este movimiento, conforme a los movimientos que experimenta el dragón y los actores en la obra, desarrollándolo por medio de telas brillantes y dos colores básicos: el rojo y el dorado, clásicos por su utilización en este tipo de representación y aptos para darle el poder y la energía que transmite el dragón.

La partida musical
Por Tomás Bravo y Jorge Forero

Nuestra primera interrogante frente a este proyecto fue de qué manera plantear una experiencia multidisciplinaria entre un intervención visual con música, en estrecha relación con el montaje teatral Y quién no sabe cómo es un dragón. Comenzamos con una reflexión colectiva en torno al texto de la obra, de la cual se desprendió, como principal punto de partida, el tema de las apariencias. En una búsqueda de identidad, el protagonista se va relacionando con diversos personajes que, en un comienzo, están claramente definidos en cuanto a su rol y personalidad. Sin embargo, en el transcurso de la historia, se van develando sus reales intenciones y sus verdaderas identidades.

La segunda interrogante tenía que ver con cómo lograr una interacción con el público, proponiendo un recorrido que comenzara al atravesar umbral del teatro y que guiara al visitante al encuentro de la ciudad de Wu y sus personajes, es decir, a la sala del segundo piso.

En conjunto con las artistas visuales, decidimos intervenir la antesala pensando en tres espacios o momentos. En cada uno de ellos se dispondrán parlantes que reproducirán distintos instrumentos y timbres, pero que, en su totalidad, corresponden a una misma música. Ellos musicalizarán distintas partes de la intervención visual, la cual a su vez, en la conjunción de sus partes, también corresponde a una unidad.

El espectador pasará libremente por este “túnel”, configurando según las decisiones él tome durante el recorrido, una experiencia personal con respecto a lo visual y lo musical. Desde una perspectiva micro, el sonido con que el visitante se encontrará está relacionado con el espacio en el que éste está ubicado. El espacio desde donde nace este sonido pertenece a cada espectador, situado en ese lugar en particular. Pero desde un plano macro, es decir, con respecto a la recepción del espectador en su recorrido total, cada lugar (instrumento-instalación) irá en una evolución lineal, desde una sonoridad acústica hacia sonidos electrónicos. Nuestra intención se sustenta en la idea de llevar al público de un lugar a otro.

El camino de regreso
Esperamos que a la salida de la obra, la instalación tendrá un carácter estático y rememorará, de cierto modo, lo visto recientemente. Esto permitirá al espectador ingresar a un ambiente reflexivo.
Nuevamente, la música corresponderá al movimiento y carácter de la instalación visual, complementando a ésta en sus figuraciones y materialidad.

Esto no quiere decir que la música nace a partir de lo visual, ni que lo visual nace a partir de lo musical, sino que ambos nacen a partir del diálogo e intercambio que se ha efectuado a lo largo del proceso de trabajo.

Optamos por buscar la mayor afinidad posible entre la obra y los niños con sus familias, trabajando con una visualidad y sonoridad pertinente y sin pretensiones de complejidad sintáctica. Esto no significa desmerecer la simplicidad, sino entender que ella también es portadora de grandes significados. Tampoco se trata de subestimar al público, sino intentar un vínculo amigable, que invite a la creatividad y sensibilidad del espectador.

PISTAS MUSICALES
Se seleccionaron escalas e instrumentos alusivos a lo oriental, pero efectuando modificaciones que jugaran con el concepto de apariencia, relativizando así el carácter “oriental” de lo escuchado. Se interrumpe el material armónico con otro tipo de relaciones entre los sonidos y se interfiere en el timbre, convirtiendo los instrumentos convencionales en sonidos sintéticos. Lo que se busca es provocar en el público una suerte de “incertidumbre” respecto al carácter del lugar por el cual transita.

La música tiene tres tipos de instrumentos: cuerdas, flautas y percusiones. Ella se realizó a partir de procedimientos electrónicos, utilizando un software libre de programación llamado Pure Data. Este programa permite organizar, seleccionar, producir y modificar el sonido a partir de criterios definidos por el programador.

La organización rítmica está dada por un sistema de superposición de divisiones del tiempo que producen distintas temporalidades y hasta texturas de cualidades diversas. El factor de azar es usado como criterio de selección para el cambio tímbrico dentro de cada instrumento.

[1] Livre, 1893-1898; Un coup de dés jamais n'abolira le hasard, 1897.
[2] Ulises, 1922. Finnegans Wake, 1939.
[3] Opera aperta, 1962.

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